NACIMIENTO Y EL BEBÉ RECIÉN NACIDO


Encuadre El nacimiento de Elvis Presley Elvis Presley (1935-1977) 

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Nació en una cabaña de nueve por 4.5 metros en la zona este de Tupelo, Mississippi. En la actualidad, la modesta cuna del ahora legendario rey del rock está pintada de un blanco brillante, con paredes cubiertas con un tapiz de prímulas y delicadas cortinas que cuelgan en las ventanas —entre los muchos toques caseros añadidos en beneficio de los turistas—. Pero, como ocurre con muchos de los mitos populares acerca de los primeros años de Elvis, esta “linda casita de muñecas” (Goldman, 1981, p. 60) tiene sólo una ligera semejanza con la realidad: una casucha de madera sin instalaciones sanitarias o electricidad, en un humilde caserío que no era más que una “gran mancha en el camino” (Clayton y Heard, 1994, p. 8). Durante la Gran Depresión, el padre casi analfabeta de Elvis, Vernon Presley, trabajaba ocasionalmente para un granjero llamado Orville Bean, quien era el propietario de gran parte del pueblo. La madre de Elvis, Gladys, era una mujer vivaz y optimista cuya verbosidad contrastaba con la naturaleza taciturna de Vernon. Ella, al igual que su marido, provenía de una familia de medieros y obreros migrantes. Se había mudado al este de Tupelo para estar cerca de una fábrica de ropa en la que ella trabajaba. Gladys vio por primera vez al guapo Vernon en la calle y luego, poco tiempo después, le fue presentado en la iglesia. Se fugaron el 17 de junio de 1933, cuando Vernon tenía 17 años y Gladys 21. Pidieron prestados tres dólares para la licencia matrimonial. Al principio, la joven pareja vivió con amigos y familiares. Cuando Gladys quedó embarazada, Vernon pidió prestados 180 dólares a su patrón, Bean, para comprar madera y clavos y, con ayuda de su padre y de su hermano mayor, construyó una cabaña con dos habitaciones junto a la casa de sus padres en Old Saltillo Road. Bean, quien era el propietario de ese terreno, tendría en su poder las escrituras de la casa hasta que se le pagara el préstamo. Vernon y Gladys se mudaron a su nuevo hogar en diciembre de 1934, cerca de un mes antes de que Gladys diera a luz. Su embarazo fue difícil; se le hincharon las piernas y finalmente renunció a su trabajo en la fábrica de ropa, donde tenía que estar de pie todo el día empujando una pesada plancha de vapor. 
Cuando Vernon se levantó para ir a trabajar en las primeras horas del 8 de enero, en la que era una helada mañana, Gladys tenía una hemorragia. La partera dijo a Vernon que fuera a llamar al doctor, Will Hunt. (Sus honorarios de 15 dólares fueron pagados por la beneficencia.) Aproximadamente a las cuatro de la mañana, el doctor Hunt trajo al mundo a un mortinato, Jesse Garon. El segundo gemelo, Elvis Aron, nació aproximadamente 35 minutos después. Gladys —quien estaba extremadamente débil y perdía sangre— fue llevada al pabellón de caridad del hospital con su bebé Elvis. Ambos permanecieron allí durante más de tres semanas. El bebé Jesse continuó siendo una parte importante de la vida familiar. Gladys hablaba con frecuencia a Elvis de su hermano. Le decía que “cuando un gemelo muere, el que vive obtiene la fortaleza de ambos” (Guralnick, 1994, p. 13). Elvis tomó muy a pecho las palabras de su madre. A lo largo de su vida, la voz y presencia imaginaria de su gemelo estuvieron constantemente con él. Elvis sólo vivió en su hogar de nacimiento hasta los tres años de edad, cuando su padre fue a la cárcel por alterar un cheque de cuatro dólares. Poco después se venció el pago del préstamo para la casa y Bean echó a Gladys y a su hijo, quienes tuvieron que mudarse con miembros de su familia. Años después, Elvis conducía hasta el este de Tupelo (que ahora era la zona suburbana de Tupelo llamada Presley Heights), se sentaba en su automóvil en la oscuridad, mirando a la cabaña ubicada en la calle que para entonces se llamaba Elvis Presley Drive y “pensaba en el curso que había tomado su vida” (Marling, 1996, p. 20).

Nacimiento y cultura: cómo ha cambiado el proceso de dar a luz*

 Las costumbres que rodean el nacimiento reflejan las creencias, valores y recursos de una cultura. Una mujer maya de Yucatán da a luz en la hamaca en la que duerme todas las no ches; se espera que el futuro padre esté presente, junto con la partera. Para evitar a los malos espíritus, la madre y su hijo permanecen en casa durante una semana (Jordan, 1993). En contraste, entre los Ngoni del este de África, se excluye a los hombres del nacimiento. En la Tailandia rural, la nueva madre generalmente retoma sus actividades normales luego de unas cuantas horas de haber dado a luz (Broude, 1995; Gardiner y Kosmitzki, 2005). Antes del siglo veinte, el nacimiento en Europa y Estados Unidos seguía patrones un tanto similares. El parto era un ritual social femenino. La mujer, rodeada de sus familiares mujeres y sus vecinas, se sentaba en cama o quizá en el establo, cubierta modestamente con una sábana; si lo deseaba, podía estar de pie, caminar o acuclillarse sobre un banquillo de nacimiento. Las grietas en las paredes, puertas y ventanas se cubrían con trapos para impedir el paso de aire frío y espíritus malignos. El futuro padre no estaba cerca. No fue sino hasta el siglo XV que hubo presencia de un médico, pero a esta atención sólo tenían acceso las mujeres ricas, quienes de esta manera buscaban prevenir cualquier complicación. La partera que presidía el evento no tenía entrenamiento formal; ofrecía “consejo, masajes, pociones, irrigaciones y talismanes”. A veces se empleaban ungüentos de grasa de serpiente, agallas de anguila, polvo de pezuña de burro, lengua de camaleón o piel de víbora o liebre para frotar en el abdomen de la futura madre a fin de aliviar su dolor o apurar el parto; pero “los gritos de la madre durante el parto se consideraban tan naturales como los del bebé al nacer” (Fontanel y d’Harcourt, 1997, p. 28). Dada la falta de conocimiento preciso sobre la anatomía femenina y el proceso del alumbramiento, los servicios de las parteras a veces causaban más daño que bien. Un texto del siglo XVI instruía a las parteras a estirar y dilatar las membranas de los genitales y cortarlas o romperlas con las uñas, instar a las pacientes a subir y bajar escaleras gritando a todo pulmón, ayudarlas a parir presionando su estómago y jalar la placenta de inmediato luego del parto (Fontanel y d’Harcourt, 1997). Luego de nacer el bebé, la partera cortaba y ataba el cordón umbilical y limpiaba y examinaba al recién nacido, evaluando reflejos y articulaciones. Las otras mujeres ayudaban a la nueva madre a lavarse y vestirse, hacían la cama con sábanas limpias y le servían comida para restaurar su fuerza. Luego de unas cuantas horas, las madres campesinas regresaban al trabajo en los campos y las mujeres más ricas o nobles permanecían “recostadas” y descansaban durante varias semanas.
Reducción de los riesgos del parto El nacimiento en aquellos tiempos era “una lucha con la muerte” (Fontanel y d’Harcourt, 1997, p. 34) tanto para la madre como para el niño. En la Francia de los siglos XVII y XVIII, una de cada diez mujeres moría durante o poco después del parto. Miles de bebés nacían muertos y uno de cada cuatro que nacían vivos moría durante su primer año. Al final del siglo XIX en Inglaterra y Gales, una futura madre tenía casi 50 veces más probabilidad de morir durante el parto que una mujer en la actualidad (Saunders, 1997). El desarrollo de la ciencia de la obstetricia a principios del siglo XIX profesionalizó el nacimiento, en especial en entornos urbanos. La mayoría de los partos seguían ocurriendo en casa y las mujeres estaban cerca para ofrecer ayuda y apoyo emocional, pero en general había un médico (varón) a cargo, con el instrumental quirúrgico listo en caso de problemas. Las parteras tenían entrenamiento y había una amplia difusión de los manuales de obstetricia. Luego de iniciar el siglo XX, los hospitales de maternidad, donde las condiciones eran antisépticas y el manejo médico era más fácil, se volvieron el ambiente de elección para el parto en el caso de aquellas mujeres que podían pagarlo (aunque no para muchas mujeres rurales, como Gladys Presley). En 1900, sólo 5% de los partos en Estados Unidos ocurrieron en hospitales; para 1920, las tasas en diversas ciudades variaban de 30 a 65% (Scholten, 1985). Una tendencia similar ocurría en Europa. En 2004, en Estados Unidos, 99% de los bebés nacieron en hospitales y 91.5% de los nacimientos fueron atendidos por médicos. Casi 8% fueron atendidos por parteras, que en general son enfermeras-parteras certificadas (Martin, Hamilton, et al., 2006). La gran reducción en riesgos del embarazo y parto en el mundo industrializado, en particular durante los últimos 50 años, se debe en gran medida a la disponibilidad de antibióticos, transfusiones de sangre, anestesia segura, mejoría en higiene y fármacos para inducir el parto cuando es necesario. Además, las mejorías en evaluación y cuidado prenatal hacen más probable que un bebé nazca sano. De cualquier forma, el nacimiento no está libre de riesgos para las mujeres o los bebés. Entre las casi cuatro millones de mujeres que dieron a luz cada año en Estados Unidos entre 1993 y 1997, 31% experimentaron problemas médicos (Daniel, Berg, Johnson y Atrash, 2003). Factores como ser de raza negra, presentar obesidad, contar con antecedentes médicos difíciles, haber tenido partos previos por cesárea y haber procreado varios hijos elevan el riesgo de la mujer de sufrir hemorragia y otras complicaciones peligrosas; y el riesgo de morir durante el parto es cuando menos cuatro veces mayor para las mujeres negras que para las blancas (Chazotte, citado en Bernstein, 2003).

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